Los tragos. Los cigarrillos. La ropa. Esos extraordinarios sostenes puntiagudos y, sobre todo, el sexo. Compárelo con las oficinas de hoy en día que se apegan a las reglas sociales del momento: no hay bebidas alcohólicas, ni colillas y hay tan poco flirteo que cuando el otro día un colega en Londres me dijo que le gustaba mi blusa, inmediatamente se disculpó por haberlo hecho.
En los últimos 60 años aproximadamente, la actitud hacia el sexo en el trabajo ha pasado de la negación al deleite, luego a la desaprobación hasta llegar a la prohibición. ¿Cómo llegamos a eso? Los seres humanos siempre tienden a ser traviesos.
Pero cuando las mujeres llegaron a la oficina, las oportunidades serlo se multiplicaron. ¿Y el objeto de deseo? La secretaria, por supuesto. “Esposas de oficina”
A comienzos del siglo XX, la secretaria se había convertido en un modelo cultural. Las niñas querían ser secretarias cuando fueran grandes. Los chicos querían casarse con una de ellas.
La candidata ideal era alguien que pudiera ser una “esposa de oficina”, equiparando los deberes de la oficina con aquellos que la esposa cumplía en casa. Los primeros manuales de habilidades secretariales parecen guías para un matrimonio exitoso.
“Aprenda las preferencias (de su jefe) y obedézcalas incluso si no siempre está de acuerdo con sus ideas o métodos. Naturalmente, un hombre quiere que se atiendan sus necesidades, ¿quién no? Asuma que él siempre tiene razón”. La labor era complicada. Las secretarias tenían que lidiar no sólo con su jefe sino también con la esposa del jefe. “Había esta tensión real entre la esposa celosa y la secretaria que cree que la esposa se está gastando todo el dinero del jefe”, dice Julie Berebitsky, autora de “Sex and the Office” (Sexo y la oficina).
“La pregunta era quién hace más por este hombre, ¿la esposa de oficina o la esposa en casa?” Romances sin final feliz No siempre era cuestión de hombres persiguiendo a sus secretarias, también podía ser a la inversa, como en el caso de esta secretaria en Nueva York, Estados Unidos, a mediados de los 30. “Algunas veces en mi trabajo, al tomar dictado, asocio algunos términos con el sexo y me sonrojo”, escribió. “Mi jefe me interesa, disfrutaría de sus besos, pero nunca se me acerca”.
Pero había romances, que a veces terminaban muy mal. Sin duda. Connie Nicholas fue secretaria en la firma Eli Lilly en Indiana, EE.UU., en los años 40. Tuvo un largo y tempestuoso idilio con su jefe, que terminó cuando él la dejó por otra secretaria, más joven.
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